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Esas pesadillas que nos hacen despertar...
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Esas pesadillas que nos hacen despertar...
Esas pesadillas que nos hacen despertar.
¿En qué momento el sueño se transforma en pesadilla? ¿Por qué algunos sueños nos llevan a un despertar abrupto y lleno de temores inciertos? ¿Qué es, en definitiva, aquello que nos hace despertar sobresaltados?
Ya en 1753 el médico John Bond describió ampliamente estos despertares abruptos en su tratado Incubos (Incubus). Más atrás en el tiempo, el griego Galeno definió a ciertas pesadillas bajo el nombre de Efialtes (Ephialtes), literalmente "el que salta", buscando explicar el mecanismo de ruptura de los sueños como consecuencia de la acción directa de entidades oscuras que presionan sobre la mente.
La idea de que los Efialtes son el factor causal de las pesadillas tiene notables similitudes con la noción latina de los íncubos y súcubos, es decir, criaturas que se deslizan sobre el cuerpo de los durmientes con el objetivo de presionar el pecho e impedir la respiración, llevando a su víctima a una sufrir una incómoda sensación de asfixia.
Estos "ataques", calcula Galeno, suelen estar acompañados por pesadillas escalofriantes en las que el durmiente es aplastado, e incluso seducido por esas fuerzas malignas.
John Bond describe minuciosamente estos terrores nocturnos, o pavor nocturnus; pero coincide en algunas generalidades. Por ejemplo, que la sensación inmediatamente posterior al despertar nos llena de angustia, tristeza, opresión, desesperación, y hasta la certeza de que la muerte se aproxima inexorablemente.
Una vez superados estos momentos de gran agitación nos invade la sensación inequívoca de haber escapado a un gran peligro, algo indefinible pero tan concreto como el orbe laberíntico de los sueños.
Fuera del ámbito especulativo del mito de los Efialtes, los despertares violentos tienen una explicación que no deja de ser misteriosa, y en algunos casos aún más fantásica que las planteadas por la leyenda.
Los "monstruos" que nos acechan desde los umbrales del sueño son personificaciones de fuerzas salvajes e invasivas de nuestro propio inconsciente. Estas manifestaciones, incapaces de aparecer desnudas, adoptan la lógica del sueño y presionan sobre la conciencia buscando una válvula de salida, un orificio que les permita abrirse paso hacia la expresión.
Esa sensación de horror indecible que sucede a los despertares repentinos bien podría calificarse como "pánico"; es decir, una respuesta física y psicológica frente a una presencia que parece manifestarse sobrenaturalmente.
Durante el sueño se ponen en marcha numerosos mecanismos mentales, así como otros ceden terreno; entre ellos, la barrera cultural que separa al hombre civilizado de los impulsos básicos. En ese momento todos nuestros apetitos reprimidos buscan una forma de ganar protagonismo.
La posibilidad de abandonarse ante estos impulsos fuera de control produce un fuerte temor, justamente porque las estructuras racionales que nos sostienen como individuos corren peligro de destruirse irremediablemente.
En esos instantes de gran ansiedad se produce una lucha inmemorial entre eso que creemos que somos y aquello que realmente somos, pero que desconocemos proverbialmente, a tal punto que no dudamos en asignarle características sobrenaturales.
Cuando el Inconsciente se desborda, el Yo anclado en la Conciencia busca desesperadamente reclamar por su construcción cognitiva del mundo y de sí mismo; y la única forma de hacerlo es "retirándose" hacia la vigilia. En este sentido, el sueño es una forma ampliada de la realidad.
En definitiva, el horror que aflora en las pesadillas no es otra cosa que nosotros mismos, ya sin máscaras.
Ya en 1753 el médico John Bond describió ampliamente estos despertares abruptos en su tratado Incubos (Incubus). Más atrás en el tiempo, el griego Galeno definió a ciertas pesadillas bajo el nombre de Efialtes (Ephialtes), literalmente "el que salta", buscando explicar el mecanismo de ruptura de los sueños como consecuencia de la acción directa de entidades oscuras que presionan sobre la mente.
La idea de que los Efialtes son el factor causal de las pesadillas tiene notables similitudes con la noción latina de los íncubos y súcubos, es decir, criaturas que se deslizan sobre el cuerpo de los durmientes con el objetivo de presionar el pecho e impedir la respiración, llevando a su víctima a una sufrir una incómoda sensación de asfixia.
Estos "ataques", calcula Galeno, suelen estar acompañados por pesadillas escalofriantes en las que el durmiente es aplastado, e incluso seducido por esas fuerzas malignas.
John Bond describe minuciosamente estos terrores nocturnos, o pavor nocturnus; pero coincide en algunas generalidades. Por ejemplo, que la sensación inmediatamente posterior al despertar nos llena de angustia, tristeza, opresión, desesperación, y hasta la certeza de que la muerte se aproxima inexorablemente.
Una vez superados estos momentos de gran agitación nos invade la sensación inequívoca de haber escapado a un gran peligro, algo indefinible pero tan concreto como el orbe laberíntico de los sueños.
Fuera del ámbito especulativo del mito de los Efialtes, los despertares violentos tienen una explicación que no deja de ser misteriosa, y en algunos casos aún más fantásica que las planteadas por la leyenda.
Los "monstruos" que nos acechan desde los umbrales del sueño son personificaciones de fuerzas salvajes e invasivas de nuestro propio inconsciente. Estas manifestaciones, incapaces de aparecer desnudas, adoptan la lógica del sueño y presionan sobre la conciencia buscando una válvula de salida, un orificio que les permita abrirse paso hacia la expresión.
Esa sensación de horror indecible que sucede a los despertares repentinos bien podría calificarse como "pánico"; es decir, una respuesta física y psicológica frente a una presencia que parece manifestarse sobrenaturalmente.
Durante el sueño se ponen en marcha numerosos mecanismos mentales, así como otros ceden terreno; entre ellos, la barrera cultural que separa al hombre civilizado de los impulsos básicos. En ese momento todos nuestros apetitos reprimidos buscan una forma de ganar protagonismo.
La posibilidad de abandonarse ante estos impulsos fuera de control produce un fuerte temor, justamente porque las estructuras racionales que nos sostienen como individuos corren peligro de destruirse irremediablemente.
En esos instantes de gran ansiedad se produce una lucha inmemorial entre eso que creemos que somos y aquello que realmente somos, pero que desconocemos proverbialmente, a tal punto que no dudamos en asignarle características sobrenaturales.
Cuando el Inconsciente se desborda, el Yo anclado en la Conciencia busca desesperadamente reclamar por su construcción cognitiva del mundo y de sí mismo; y la única forma de hacerlo es "retirándose" hacia la vigilia. En este sentido, el sueño es una forma ampliada de la realidad.
En definitiva, el horror que aflora en las pesadillas no es otra cosa que nosotros mismos, ya sin máscaras.
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