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La Cenicienta, la verdadera historia.
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La Cenicienta, la verdadera historia.
La Cenicienta, la verdadera historia.
Cenicienta es la única hija de un hombre rico, que enviuda trágicamente. Eventualmente, su padre vuelve a contraer matrimonio. Su nueva esposa tiene dos hijas, ambas muy hermosas, pero ásperas y envidiosas. Cenicienta es despojada de sus vestidos por su madrastra y hermanastras, y recluida a la tarea de limpiar el hogar. En resumen, se la esclaviza. Su aspecto cambia radicalmente; y el contacto permanente con la suciedad le gana el epíteto burlesco de Aschenbrödel, "Burbuja de ceniza", para nosotros, Cenicienta.
Cierto día, el Padre se dirige a la feria del pueblo. Todos en la casa le piden regalos. Las tres malvadas mujeres le piden joyas y vestidos, pero Cenicienta solicita una rama de roble, que luego plantaría en la tumba de su madre, regándola diariamente con sus lágrimas. En tres años esa rama se convirtió en un árbol inmenso, en una de cuyas ramas aparece un extraña paloma, quien le asegura ser capaz de cumplir cualquier deseo que pidiese.
En otra parte, el rey organiza tres fiestas para que su hijo, el príncipe, conociese a alguna joven digna de ser su esposa. Las hermanastras obligan a Cenicienta a ayudarles con sus vestidos, aunque la madrastra le impide asistir. Sola, Cenicienta se dirige a la tumba de su madre, y le solicita a la paloma un vestido y zapatos. El ave concede su deseo y Cenicienta se encamina al baile. Su aspecto estaba tan cambiado que nadie la reconoció, ni siquiera las tres arpías. El príncipe, atónito, sólo tiene ojos para ella, y baila con Cenicienta durante toda la noche. Para no ser descubierta, Cenicienta se retira antes del baile, temiendo que su madrastra y hermanastras lleguen a casa y no la encuentren. La segunda noche se repite la escena. El príncipe y Cenicienta bailan y se enamoran, y ella huye del salón antes de las celosas hermanastras se retiren. La tercera noche, obsesionado, el príncipe unta las escaleras del palacio con barro. En su huída, Cenicienta pierde uno de sus zapatos.
El príncipe decide encontrar a la poseedora del zapato. Para ello, visita todas las casas de la comarca buscando el pie que calce en el diminuto zapato. Al llegar a la casa de Cenicienta, el padre manda a llamar a las hermanastras, pero no a su "verdadera hija". La mayor, bajo los consejos de su madre, se corta dos dedos del pie para que le entre el zapato. Dos palomas advierten al principe de la estratagema, y la joven celosa es rechazada. Luego llega la menor de las hermanastras, quien se había rebanado el talón para calzarse el zapato perdido, pero de nuevo el príncipe se entera de la trampa. Cansado, le pide al padre que mande a llamar a todas las mujeres de la casa, criadas incluidas. Cenicienta aparece en la habitación, el zapato calza perfectamente en su pie delicado, y el príncipe la arranca de su destino infame. Las hermanastras, por su parte, son atacadas por una bandada de palomas, quienes les arrancan los ojos dejándolas perfectamente ciegas.
La estructura de Cenicienta proviene de la noche de los tiempos, y encuentra eco en varias decenas de historias de la antigüedad. Los egipcios, por ejemplo, narraban el Rhodopis, que luego pasaría al Imperio Romano, un cuento prácticamente idéntico a la Cenicienta de Perrault. En Persia se conocía la increíble historia de Nezami y sus Siete Bellezas, asombrosamente similar a Cenicienta. Algunos eruditos aseguran que, de hecho, el cuento de Cenicienta está basado en la historia de Yeh Shen, cuento chino muy popular en la Edad Media, cuya influencia queda reflejada en los pies diminutos de la protagonista, un detalle pédico que obsesiona a los orientales incluso en nuestros días.
Para que un cuento sobreviva debe tocar algo íntimo, algo mítico, en sus oyentes. Cenicienta es un caso paradigmático de la banalización del mito, de la reducción de la esencia mítica hacia cierta variante del romanticismo, casi siempre, pueril. El espíritu del cuento, su alma, si se quiere, no se encuentra en la relación de Cenicienta con el príncipe, ni en la pérdida y hallazgo de su zapato de cristal; mucho menos en el hada madrina o en carros que se convierten en calabaza a la medianoche. La verdadera historia de Cenicienta oculta algo que el cine ha considerado oportuno omitir, acaso por verse incapaz de reflejar al mito en toda su grandeza.
La Cenicienta es, en definitiva, un eco de Afrodita, la diosa del amor, cuyo nombre deriva de la espuma marítima, a menudo citada por los poetas griegos como la "ceniza del mar". La jornada de Afrodita también tiene sus reveses; ella es el amor, pero ligado a la locura y la obsesión, algo que debe ocultarse, velarse bajo un manto ceniciento, ya que contemplarlo directamente conduce al abandono de la razón. Cenicienta no es huérfana, al igual que el amor; su madre habita en la tierra, es la Tierra, y desde su útero terroso encamina los pasos de su hija para que su espíritu divino se revele a su debido tiempo. Aquel zapato de cristal es hijo de la arena donde Afrodita durmió por primera vez al salir del océano, comprimida y refinada por su madre en el inframundo. Su tamaño poco tiene que ver con el pequeño pie de Cenicienta. No es sobre ella donde debe calzar, sino en el alma de quien se atreva a amarla.
La historia de La Cenicienta adquiere popularidad global luego de que Charles Perrault trascribiese su leyenda oral en 1697. La publicó bajo el título Cenicienta, o el pequeño zapato de cristal (Cendrillon ou La petite pantoufle de verre). Pero éste es apenas un relanzamiento, si se quiere, de una historia ampliamente conocida desde la antigüedad.
En las islas británica se la conoce como Cinderella, Aschenputtel en Alemania, Assepoester en Holanda, Cenerentola en Italia, Stachtopouta en Grecia, Hamupipőke en Hungría, Askungen en Suecia, Soluschka en Rusia; y la lista podría estirarse infinitmente.
Tras el redescubrimientod de Perrault llegaron los Hermanos Grimm. En 1812 relanzaron la historia de Cenicienta, logrando un impacto aún mayor que el de su predecesor. La versión de Cenicienta que todos conocemos desde la infancia es, en realidad, una adaptación moderna que poco tiene que ver con la tradición original, que carece por completo de hadas madrinas y carros que se convierten en calabaza a la medianoche; y ofrece, en cambio, asombrosos ejemplos de automutilación y cultos ancestrales.
A continuación daremos un resumen de La Cenicienta, basado sobre todos los detalles de la historia que se repiten en diversos países y culturas, acaso el único modo "seguro" de rozar la esencia del relato.
Cenicienta es la única hija de un hombre rico, que enviuda trágicamente. Eventualmente, su padre vuelve a contraer matrimonio. Su nueva esposa tiene dos hijas, ambas muy hermosas, pero ásperas y envidiosas. Cenicienta es despojada de sus vestidos por su madrastra y hermanastras, y recluida a la tarea de limpiar el hogar. En resumen, se la esclaviza. Su aspecto cambia radicalmente; y el contacto permanente con la suciedad le gana el epíteto burlesco de Aschenbrödel, "Burbuja de ceniza", para nosotros, Cenicienta.
Cierto día, el Padre se dirige a la feria del pueblo. Todos en la casa le piden regalos. Las tres malvadas mujeres le piden joyas y vestidos, pero Cenicienta solicita una rama de roble, que luego plantaría en la tumba de su madre, regándola diariamente con sus lágrimas. En tres años esa rama se convirtió en un árbol inmenso, en una de cuyas ramas aparece un extraña paloma, quien le asegura ser capaz de cumplir cualquier deseo que pidiese.
En otra parte, el rey organiza tres fiestas para que su hijo, el príncipe, conociese a alguna joven digna de ser su esposa. Las hermanastras obligan a Cenicienta a ayudarles con sus vestidos, aunque la madrastra le impide asistir. Sola, Cenicienta se dirige a la tumba de su madre, y le solicita a la paloma un vestido y zapatos. El ave concede su deseo y Cenicienta se encamina al baile. Su aspecto estaba tan cambiado que nadie la reconoció, ni siquiera las tres arpías. El príncipe, atónito, sólo tiene ojos para ella, y baila con Cenicienta durante toda la noche. Para no ser descubierta, Cenicienta se retira antes del baile, temiendo que su madrastra y hermanastras lleguen a casa y no la encuentren. La segunda noche se repite la escena. El príncipe y Cenicienta bailan y se enamoran, y ella huye del salón antes de las celosas hermanastras se retiren. La tercera noche, obsesionado, el príncipe unta las escaleras del palacio con barro. En su huída, Cenicienta pierde uno de sus zapatos.
El príncipe decide encontrar a la poseedora del zapato. Para ello, visita todas las casas de la comarca buscando el pie que calce en el diminuto zapato. Al llegar a la casa de Cenicienta, el padre manda a llamar a las hermanastras, pero no a su "verdadera hija". La mayor, bajo los consejos de su madre, se corta dos dedos del pie para que le entre el zapato. Dos palomas advierten al principe de la estratagema, y la joven celosa es rechazada. Luego llega la menor de las hermanastras, quien se había rebanado el talón para calzarse el zapato perdido, pero de nuevo el príncipe se entera de la trampa. Cansado, le pide al padre que mande a llamar a todas las mujeres de la casa, criadas incluidas. Cenicienta aparece en la habitación, el zapato calza perfectamente en su pie delicado, y el príncipe la arranca de su destino infame. Las hermanastras, por su parte, son atacadas por una bandada de palomas, quienes les arrancan los ojos dejándolas perfectamente ciegas.
La estructura de Cenicienta proviene de la noche de los tiempos, y encuentra eco en varias decenas de historias de la antigüedad. Los egipcios, por ejemplo, narraban el Rhodopis, que luego pasaría al Imperio Romano, un cuento prácticamente idéntico a la Cenicienta de Perrault. En Persia se conocía la increíble historia de Nezami y sus Siete Bellezas, asombrosamente similar a Cenicienta. Algunos eruditos aseguran que, de hecho, el cuento de Cenicienta está basado en la historia de Yeh Shen, cuento chino muy popular en la Edad Media, cuya influencia queda reflejada en los pies diminutos de la protagonista, un detalle pédico que obsesiona a los orientales incluso en nuestros días.
Para que un cuento sobreviva debe tocar algo íntimo, algo mítico, en sus oyentes. Cenicienta es un caso paradigmático de la banalización del mito, de la reducción de la esencia mítica hacia cierta variante del romanticismo, casi siempre, pueril. El espíritu del cuento, su alma, si se quiere, no se encuentra en la relación de Cenicienta con el príncipe, ni en la pérdida y hallazgo de su zapato de cristal; mucho menos en el hada madrina o en carros que se convierten en calabaza a la medianoche. La verdadera historia de Cenicienta oculta algo que el cine ha considerado oportuno omitir, acaso por verse incapaz de reflejar al mito en toda su grandeza.
La Cenicienta es, en definitiva, un eco de Afrodita, la diosa del amor, cuyo nombre deriva de la espuma marítima, a menudo citada por los poetas griegos como la "ceniza del mar". La jornada de Afrodita también tiene sus reveses; ella es el amor, pero ligado a la locura y la obsesión, algo que debe ocultarse, velarse bajo un manto ceniciento, ya que contemplarlo directamente conduce al abandono de la razón. Cenicienta no es huérfana, al igual que el amor; su madre habita en la tierra, es la Tierra, y desde su útero terroso encamina los pasos de su hija para que su espíritu divino se revele a su debido tiempo. Aquel zapato de cristal es hijo de la arena donde Afrodita durmió por primera vez al salir del océano, comprimida y refinada por su madre en el inframundo. Su tamaño poco tiene que ver con el pequeño pie de Cenicienta. No es sobre ella donde debe calzar, sino en el alma de quien se atreva a amarla.
Buscar el amor es muy simple. Lo verdaderamente difícil es no aceptar lo aparente, así como el príncipe deshecha a las hermanastras, cuyos pies, mutilados, es cierto, calzan en el zapato de cristal, es decir, se adaptan a él. Por el contrario, el verdadero amor está oculto, es, en definitiva, un secreto. Los zapatos son una excusa, calcen o no. Lo único que importa es la búsqueda, y la seguridad de que la verdadera belleza suele adoptar formas modestas, humildes, cenicientas, si se quiere, que velan su esencia celestial hasta la llegada de quien se atreva a contemplarla.
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